lunes, 27 de septiembre de 2010

Semiologías Electorales: Reflexionando la Lima de hoy.


La semiología, para mí, es el estudio de los discursos, uséase, el análisis de las formas que nosotros tenemos de comunicar determinados contenidos. Pecando de poco académico e incluso de atorrante, diría que -además- eso también es literatura: Es la descripción del lector in fábula, del pacto con el destinatario del mensaje. Un pacto no muy lejano del pacto narrativo escritor-lector, "yo te lo cuento de la forma en que tú quisieras creértelo".

Miren esta foto. Son las dos candidatas a la Alcaldía de la espantosa ciudad de Lima. A su izquierda Susana Villarán que articula la mayoría de las fuerzas y discursos progresistas, a su derecha a Lourdes Flores que representa el actual conservadurismo moderno en el Perú. Ambas acaban de terminar el gran debate electoral de anoche. Porque, ojo, ambas proponen un discurso, pero también ambas son un discurso, posiblemente distinto a las intenciones de la propia emisora (total, hablamos de mujeres, jojojó).

Ahora bien, posiblemente cualquier ciudadano extranjero que visite este humilde blog tendrá un equívoco común. Iconográficamente, Lourdes aparenta ser la candidata de los pobres y trabajadores, con su carita de mestiza sufridora, sonrisita Colgate, su peinado retro con aires de Mujer Biónica y su chaleco de ingeniera-modernaza. Por contra, Susana Villarán lleva un chal esponjosamente verde (un verde que, hoy, en este país, es un verde Falabella) un sobrio y ceñido vestido negro, todo coronado por una gargantilla dorada lindante con el artículo de lujo, unas gafas modernikis y un peinado también retro, pero de los ochentas. En esa foto, Lourdes -salvando las distancias- aparece casi como la directora de una cooperativa estatal y Susana -también salvando las distancias- semeja como la propietaria de una galería de arte.


Aparentemente Lourdes es la candidata de las mayorías, exhibiendo su look chambero y esa parálisis facial que la cholifica. Susana, al contrario, es la señorona burguesa de las novelitas de Bryce, blanquiñosa, miraflorina de pro, con el insoportable buen rollito de las activistas de las ONG, barranquinamente culta y con esa risita limeña que tanto atormetaba a César Vallejo. Pero no solo los contenidos han sido disímiles para sus respectivos envoltorios, sino que gran parte de la opinión pública ha llegado a notarlo así. A descubrirlo así. O a inventarlo así.

Hoy no solamente todo lo sólido se desvanece en aire, sino que la Sociedad del Espectáculo impera sobre otras racionalidades. Así hemos encontrado a un electorado -tradicionalmente pasivo, insultado abiertamente por los medios, sin conocimiento alguno de ideologías, pero con ideas-fuerza atadas a su propia experiencia- que, de repente, disiente de los medios hegemónicos y construye su propio mapa político definitivo.

¿Por qué los limeños -como todo parece indicarlo- van a votar masivamente por Susana Villarán y se niegan darle a Lourdes Flores su premio consuelo de la alcaldía? ¿Por el heroico esfuerzo de los cuadros de Patria Roja? ¿Porque Lima, un buen día, se levantó con conciencia de clase? (Esa deducción "tener conciencia de clase, ergo, votar por Susana" le daría retortijones a más de un marxista-leninista). Siendo más retorcidos ¿Cómo así una ciudad que votó abrumadoramente por un tipo como Luis Castañeda ahora se inclina por alguien que tiene un discurso absolutamente distinto, con otras prioridades y hasta otra retórica?

Desde hace varios años hemos visto la cultura chicha como el fulgor exótico y chillón de la Lima de los conos. Una Lima de mototaxis, cachinas y cerros chacaloneros. Es decir, la Lima que creemos chicha es una Lima siempre "ajena", que siempre "está allá", al otro lado del Rímac o de la Panamericana.


Mentira, nos equivocamos (y yo el primero). La Lima chicha habita en nosotros.

Como señalaba Marcel Velázquez: "La cultura chicha mediante la transgresión, la irresponsabilidad, el triunfo individual, la mezcla incesante, la memoria andina, el capitalismo popular, el kitsch, la imaginación melodramática, la ética del trabajo y la superación social, ofrece nuevas categorías de pensamiento, nuevas formas de ser y estar en una ciudad, simultáneamente, andinizada y globalizada. sin embargo, no debemos caer en la idealización de la cultura chicha, ella también reproduce exclusiones, se nutre de la racialización de los subalternos y adopta la lógica de la mercancía y del mercado deshumanizador." (El resaltado es mío. El artículo completo se encuentra aquí aunque yo recomiendo una versión mucha más completa, que es esta).

La Lima chicha no solamente es la Lima de Tongo, sino también de Jaime Bayly, su envés pituco. Es una Lima que se engancha al show de Gisela Valcárcel, a la coprofagia de Magaly Medina o a los horrores de Efraín Aguilar. Pero también es una Lima capaz de reventar estadios escuchando a Metallica o Soda Stereo, que agota el teleticket para asistir a Mistura o que ha convertido a NoamChomsky o Roberto Saviano en algunos de los superventas de Quilca. Es la Lima que lee El Trome, que mira el voley femenino y le fascina tremendamente el huachafo Círculo Mágico del Agua.

Adonde seguro ya has ido tú con tu pareja. Sí, tú, a tí te hablo.

Esa Lima tremendamente contradictoria y tornadiza va a votar por un proyecto municipal progresista e izquierdoso. Pero es la misma Lima que el próximo año puede votar masivamente por los fujimoristas. Es una Lima que posiblemente celebre las iniciativas ecologistas, ciudadanas y solidarias que propone el equipo de Fuerza Social, pero de los que también piden la pena de muerte para solucionar la delincuencia o exigen que todos los sentenciados por delitos de terrorismo se pudran en la cárcel por el resto de su vida.

¿Conclusión? Queda muchísimo por hacer. No lancemos campanas al viento. Lima no se ha vuelto más inteligente y amable por votar a Susana. Sigue siendo la misma ciudad caótica, desintegrativa e inculta.
Pero, ojo, no es la náusea sartreana, el infierno no son los demás.

Norman Bethune, un cirujano comunista que ofreció desinteresadamente sus servicios en la España republicana y en la China defendida por el ejército de Mao, decía que "todos, absolutamente todos, tenemos un lado fascista que debemos siempre combatir". La bestia habita entre nosotros y se alimenta de nuestros actos.Y matar a la bestia será un proceso inevitablemente doloroso, porque significará destruir algo de nosotros mismos. Algo quizá muy querido acaso y del cual dudemos cien veces el arrancarlo.

¿Habrá que incendiar toda la ciudad para volver a reconstruirla sobre bases más racionales, más sinérgicas, más libertarias? ¿O es precisamente ese delirio neroniano la mala hierba que alimenta nuestras peores tentaciones? .

No voto en elecciones peruanas desde 1990. Y el hecho que este domingo lo haga por Susana Villarán me sabe a una tremenda paradoja.

viernes, 3 de septiembre de 2010

LA CIUDAD INCULTA

No, no me refiero a la Lima de las combis, ni a esa Lima que imaginan los guionistas de Al fondo hay sitio, ni siquiera a la Lima pituca de calles sin veredas con cinco centros comerciales y ninguna biblioteca. No, hablamos de una municipalidad que, en seis años de millonarios ingresos, apenas si ha invertido algo en el arte y la cultura.


Ya llegan las elecciones (Ja, ja, ja como cantaba Ruben Blades en Maestra Vida) y todos los ciudadanos tenemos que recibir diariamente una catarata de mentiras en forma de promesas electorales. Y los limeños en particular sufrimos más, teniendo en cuenta que esta ciudad está sometida a unos medios claramente censurados: los noticieros y periódicos –con muy pocas excepciones- se ocupan en un 90% de crónicas policiales y farándula. Para encontrar noticias sobre cultura, arte o derechos humanos hay que acudir a medios alternativos o semiclandestinos.


Lima es la ciudad que recauda la mayor cantidad de dinero por impuestos. La municipalidad de Lima es el consistorio más rico del Perú. ¿Puede uno deducir que, como consecuencia, es el municipio más culto de nuestro país?


No solamente no lo es sino que está bastante más atrás de otras ciudades que no cuentan ni con la centésima parte de dinero que maneja la capital. Y si hablamos de literatura, peor todavía.


La Municipalidad de Lima no organiza eventos literarios de ningún tipo. Marca, una cabecera de distrito en Ancash que no supera los dos mil habitantes, organizó hace dos años un encuentro de escritores trayendo a creadores del calibre de Áureo Sotelo o Jose Luis Ayala y montó una pinacoteca de lujo de artistas ancashinos en su colegio.


La Municipalidad de Lima no cuenta con un Fondo Editorial. Gobiernos regionales menos opulentos como el de Loreto se dieron el lujo de publicar once volúmenes de escritores loretanos contemporáneos pagándole sus derechos de autor y distribuyéndolos gratuitamente por los colegios públicos de toda la región.


La Municipalidad de Lima no inaugura casas de la cultura ni mucho menos bibliotecas. Pucallpa, que incluso ha padecido un gobierno local enrarecido y problemático, ha inaugurado una espléndida biblioteca municipal que los limeños ya quisiéramos en nuestros distritos populosos.


La Municipalidad de Lima no organiza Ferias de Libro. Jauja, con bastante menos recursos pero con mucha más ganas, por lo menos lo ha intentado y ha sacado una más que decente feria del libro.


En Huamachuco se decidió destinar el total de presupuesto participativo al sector cultura. La Municipalidad de Lima prefiere gastar dinero financiando el Día de la Mascota.


No quiero esconder las contradicciones, problemas, deficiencias e incluso taras que los municipios mencionados puedan tener. Ni tampoco decir que Castañeda no hace nada por la cultura: De hecho, en la web municipal de la gerencia de cultura (mucho más activa y actualizada que la que tenían hace dos años, cómo se nota que estamos en carrera electoral) uno puede ver varias iniciativas al respecto que realizan.


La cuestión es la paradoja de ver cómo en otras partes del Perú, sin los súper millones del presupuesto municipal limeño, se invierte en cultura mientras que la capital cree que cultura es organizar desfiles militares de escolares o macroconciertos de cumbia en la Plaza de Armas.


Se trata de voluntad política, de entender la cultura como una inversión y no como un gasto. Desgraciadamente, la inmensa mayoría de nuestra clase política todavía ve la cultura como un mero adorno, un decorado de quita y pon, algo bonito pero de lo cual se puede prescindir. En Lima, el alcalde -y posiblemente la mayoría de los limeños- consideran que más importante es una clínica de pago que una biblioteca gratuita, una autopista de tres carriles que un centro cultural para jóvenes. Nos hemos resignado a pagar para acceder a espacios que antes eran un derecho ciudadano (yo, hace algunos años, no pagaba un solo sol para entrar aquí o acá). Incluso creemos que lo gratuito, por serlo, ya es algo malo o sospechoso. Y que el sector público puede regalar cheques en la Teletón o cobrar peajes abusivos, pero nunca financiar escuelas de teatro, conservatorios o pinacotecas para todos los limeños.


Sí, la idea de combatir la delincuencia con cultura acá es recibida con desprecio e hilaridad, cuando en Medellín ha funcionado. La posibilidad de organizar orquestas sinfónicas juveniles para erradicar el pandillaje en Lima es percibida como una soberana tontería, cuando en otros países es algo asombrosamente normal. La cantidad de instituciones e iniciativas que gestionó la municipalidad de Curitiba para convertirse en la ciudad más ecológica de Sudamérica acá serían vistas como una tomadura de pelo.


Hoy los candidatos te prometen el oro y el morro (acá hay un excelente resúmen de sus propuestas electorales en política cultural) y a más de uno se le nota que miente descaradamente: Conchas acústicas en casi todos los distritos, red de gerentes culturales, premios literarios, escuelas de arte, una editorial municipal popular, etc. ¡es tan fácil hablar! Mientras tanto la ciudad intenta (sobre)vivir sin un museo de arte contemporáneo, con poquísimas bibliotecas públicas, con salas de teatro carísimas, parques enrejados, sin posibilidad de escuchar gratuitamente música sinfónica y cuya oferta cultural se reduce a la que buenamente nos dan algunas universidades y centros culturales de países extranjeros.

Eso sí, con cumbia gratis, fútbol para todos en la Plaza de Armas, fina telebasura y una prensa sensacionalista que se ha convertido en el principal menú cultural de limeño común y corriente. Lima es una inmensa combi en la que juntos enfilamos al abismo riendo, chupando, cantando, festejando.


Festejando no sé qué.